Se ha definido a la cultura como la vida misma, ya que acondiciona la manera de actuar de las personas: cómo dan sentido a esta vida, cómo la valoran o cómo la detestan. Además, es el contexto en el cual construimos nuestra identidad. Formamos parte de una sociedad plural y multicultural con muchos puntos de vista. En la actualidad, la cuestión no es si desempeña o no un papel central en la sociedad y la vida individual, sino de qué manera la cultura importa y cómo se constituye en una de las experiencias fundamentales para el desarrollo tanto personal como colectivo.
La Organización de los Estados Iberoamericanos (OEI) publicó en mayo de 2011 un estudio para debatir intitulado “Un proyecto cultural para la década de los Bicentenarios. El desarrollo de la Carta Cultural Iberoamericana”. Esta Carta asegura que la cultura debe ser entendida como la base indispensable para el desarrollo integral del ser humano, y propone hacer de la cultura un espacio que debe de ser desarrollado en sí mismo y, a la vez, un instrumento para abordar de forma transversal el conjunto de problemas actuales que afectan a la sociedad iberoamericana. Establece el estudio cinco principios fundamentales de actuación: de reconocimiento y protección de los derechos culturales; de participación; de apertura y equidad; de transversalidad y complementariedad, y de solidaridad y cooperación.
Los derechos humanos constituyen un instrumento jurídico fundamental que se ha dado la comunidad internacional para avanzar en la realización de sus ideales de libertad y de dignidad. Los derechos culturales no han formado siempre parte de los derechos humanos. Apenas en las últimas décadas comenzaron a ser tenidos en consideración por las constituciones y legislaciones de los países iberoamericanos. Los derechos culturales apuntan de forma específica a identidades, lenguas, modos de vida, valores, tradiciones orales, conocimientos, prácticas culturales, diversidades y libertades culturales.
La participación en la vida pública, el espacio social, comunicacional y cultural por parte de la ciudadanía constituye un factor decisivo en la creación de sociedades inclusivas. El acceso a la cultura por parte de todas las personas constituye un derecho y una responsabilidad de las instituciones públicas, un compromiso por parte de la sociedad civil y una forma de contribuir a evitar la discriminación y la exclusión social. Participar en la vida cultural significa mucho más que consumir bienes o servicios culturales. Significa que las personas, sin discriminación de ningún tipo, puedan incidir en la definición, diseño y ejecución de políticas y programaciones culturales nacionales y locales; expresar libremente sus propias identidades, tanto en la vida cotidiana como en cualquier tipo de creación artística, y asociarse libremente en colectivos y agrupaciones para expresar de manera también libre sus propias identidades y así ofrecer su aporte en la construcción y el enriquecimiento de la diversidad cultural.
El principio de apertura y equidad debe ser entendido al menos en dos variantes. Una, la de la circulación y el intercambio de los bienes culturales en un escenario de equidad dentro de nuestros países y otra, la de fomentar y facilitar la circulación de bienes culturales más allá de las fronteras, entre nuestros países y con los países de otras regiones del mundo. Hay que reconocer que la cultura no es por sí misma equitativa. Ni en términos de acceso de los ciudadanos a los bienes y servicios culturales disponibles, ni en términos de la posibilidad de desarrollar con absoluta libertad y en las mejores condiciones posibles la propia cultura, ni en construir fluidamente sus identidades, propias o elegidas. Se debe evitar que la cultura pueda ser ella misma fuente de discriminación, rechazo y exclusión.
La cultura es transversal y complementaria a todos los procesos sociales. Se expresa en la intersectorialidad y se desenvuelve en distintos campos de la sociedad, manifestándose a través de la interdependencia de los fenómenos, decisiones y actuaciones de la vida social. Dado que, en lo fundamental, se mueve en el terreno de lo simbólico, su silenciosa influencia interactúa con todas las conductas sociales. Esta asociación de transversalidad se produce de forma especial con las industrias culturales, el turismo, el aporte a la innovación, el empleo en actividades culturales y el desarrollo socioeconómico. También existen profundas relaciones con la educación, a través de la recuperación de la cultura por las nuevas generaciones, la incorporación de las artes a los procesos formativos, la educación multicultural y la relación entre creatividad, educación y nuevas tecnologías. Los vínculos se extienden a la comunicación, la salud, el medio ambiente, la ciencia y la mayoría de las actividades de una sociedad.
En el plano del intercambio de manifestaciones culturales entre naciones y regiones, la cooperación se concibe como un trabajo conjunto, compartido y de largo plazo para construir juntos, en igualdad de condiciones, pero con mayor compromiso e implicación por parte de los países con mayores recursos, estrategias y líneas de acción para promover el desarrollo económico, social y cultural. La cooperación cultural y la solidaridad deben estar sustentadas en la colaboración de los gobiernos y de la sociedad civil de cada uno de los países.
Para alcanzar las metas culturales planteadas por la OEI para el 2021, los programas que se establezcan deben tener las siguientes orientaciones: avanzar hacia una percepción compartida por todos de pertenencia a una comunidad cultural; impulsar la cultura de cada país y dar visibilidad a sus señas de identidad; reforzar el concepto de diversidad cultural como elemento estructural de la democracia, garantía de los derechos humanos y fuente de creatividad para la creación de riqueza y de cohesión social; favorecer al acceso generalizado de la población a los bienes y servicios culturales, especialmente de aquellos sectores que han tenido menos posibilidades; definir el significado de las industrias culturales para su crecimiento ordenado en cada país, teniendo en cuenta las oportunidades que ofrecen para el desarrollo económico y cultural de la región; comprometer a los poderes públicos y al sector privado para lograr financiación compartida de los proyectos culturales; mejorar la educación de las nuevas generaciones para que participen y disfruten de la cultura y del arte, y ampliar y enriquecer la formación de los futuros profesionales, de los maestros y de los gestores y agentes culturales.
En Morelos, se debe contar con un instrumento que contribuya a la consolidación de la cultura y al desarrollo integral del ser humano. La tarea es identificar y acordar aquellos objetivos y proyectos que establezcan las líneas de acción transformadoras. Esto depende de nosotros, del convencimiento de nuestra diversidad y de nuestra riqueza cultural, de nuestra capacidad de iniciativa y de cooperación, y de nuestra voluntad y compromiso de integración.