publicado en La Jornada Morelos el 14 de marzo de 2014.
Desde hace tres años, el 11 de marzo de 2011, nada ha sido igual en Japón y en el mundo, tras uno de los peores tsunamis en la historia, que causó devastación a la sociedad, a la economía y al ambiente de ese país. También, propició la destrucción de la central nucleoeléctrica de Fukushima, el segundo más grave accidente de esa industria a nivel mundial, tras el de Chernóbil. Este terrible accidente nos deja tres lecciones: es imposible prever todo lo que pueda llegar a ocurrir en las cercanías de las centrales, ni siquiera un país altamente tecnificado puede vencer los enormes desafíos que supone la contaminación radioactiva del agua y del territorio, y no tenemos políticas públicas para administrar el concepto de riesgo.
Desde hace tres años, el 11 de marzo de 2011, nada ha sido igual en Japón y en el mundo, tras uno de los peores tsunamis en la historia, que causó devastación a la sociedad, a la economía y al ambiente de ese país. También, propició la destrucción de la central nucleoeléctrica de Fukushima, el segundo más grave accidente de esa industria a nivel mundial, tras el de Chernóbil. Este terrible accidente nos deja tres lecciones: es imposible prever todo lo que pueda llegar a ocurrir en las cercanías de las centrales, ni siquiera un país altamente tecnificado puede vencer los enormes desafíos que supone la contaminación radioactiva del agua y del territorio, y no tenemos políticas públicas para administrar el concepto de riesgo.
Eliza Strickland escribió para la
revista IEEE Spectrum un artículo sobre
el enorme trabajo por hacer para desmantelar esta central nucleoeléctrica (Dismantling Fukushima: The World's Toughest
Demolition Project, Posted 28 Feb 2014 | 15:00 GMT). Relata que un súper
héroe a prueba de radiación podría en una tarde hacer un diagnóstico sobre qué
pasa ahí: debería recoger todo el escombro del reactor 1, chapotear en el agua radioactiva
acumulada en el edificio, levantar el masivo domo de acero que protegía a la
vasija del contenedor y, entonces, mirar dentro de la vasija de presión que
contiene el combustible nuclear; lo más probable es que encontrara unas tiras
de metal endurecidas con agujeros por los que estaría emanando material
radioactivo que, a su vez, gotearía al piso de la vasija. Sólo entonces,
nuestro súper héroe sabría cómo intentar limpiar este desastre.
Desafortunadamente,
ningún ser humano se puede acercar a la vasija de presión y los expertos sólo
pueden imaginar donde está el metal fundido del reactor 1, describe Strickland.
La dosis de ración a nivel de piso es enorme para cualquiera: 54 milisieverts
por hora, que equivale a la dosis permitida para un trabajador de limpieza en
un año. Y debemos recordar que en esta planta hay otros cinco reactores, tres
en las mismas condiciones. En la actualidad, la situación en la planta no se
está deteriorando pero sigue siendo una zona de desastre: los núcleos de los
reactores continúan emitiendo un calor infernal y radiación, por lo que se
enfrían continuamente rociándolos agua. Dicha agua es radioactiva y se filtra
al sótano del edificio, que no se puede verter fuera de la planta. Así, se
deben estar construyendo tanques enormes, de manera continua, para retenerla.
El proyecto de
desmantelamiento de Fukushima se considera uno de los más importantes retos de
ingeniería en la actualidad, señala Strickland: probablemente tomará 40 años y
costará 15 mil millones de dólares. Además, la operación requerirá escuadrones
de robots con características que nunca se habían considerado. El primer paso
de desmantelamiento es enviar robots para establecer un diagrama con los puntos
calientes/radioactivos en toda la planta, estos robots son fabricados en
Estados Unidos ya que los expertos japoneses consideraron no era necesario
desarrollarlos porque los reactores nucleares era cien por ciento seguros. El
segundo paso es descontaminar, ya que sólo en esas condiciones podrán entrar
trabajadores a realizar otras labores. Se han diseñado robots para este fin pero
su rango de autonomía es muy pequeño. El tercer paso es remover las varillas de
combustible nuclear ya utilizadas, que existen por cientos en las albercas de
almacenamiento en cada reactor. Se estima que remover sólo las 1553 varillas
del reactor 4 tardará un año; en los reactores 4 y 5 será más fácil por no
estar dañados, pero en los 1, 2 y 3 será mucho más difícil la labor por su
mayor radioactividad. El cuarto paso será contener toda el agua radioactiva que
circula libremente en la central; cada día 400 toneladas métricas de agua
subterránea se filtran a los sótanos de los edificios rotos de la central y se
contaminan con el agua de enfriamiento radioactiva que se fuga de las vasijas
de los reactores. Para guardar esta agua, se han construido más de 1000 tanques
masivos que deben ser monitoreados diariamente contra fugas. El quinto y último
paso, remover los núcleos de los reactores dañados, es el más difícil. Se
estima que sólo este paso tardará 20 años o más.
También, la Agencia
Internacional de Energía Atómica (AIEA) entregó un reporte, el 14 de febrero de
2014, sobre los esfuerzos del Gobierno Japonés para planear e implementar el
desmantelamiento de esta central. La conclusión fue que “Japón ha establecido
buenas bases para mejorar su estrategia y disponer de los recursos necesarios
para conducir un desmantelamiento exitoso y, sin embargo, la situación continúa
muy compleja y habrá retos importantes que deberán ser resueltos para asegurar
la estabilidad de largo plazo de esta planta”. No es reconfortante que los
expertos internacionales en el tema declaren estas generalidades.
Francisco Castejón, de Ecologistas
en Acción, adicionalmente escribió un artículo sobre “Fukushima el accidente y
sus secuelas en el tercer aniversario” (http://ecologistasenaccion.org/article11314.html, marzo 2014). El
autor considera que el accidente
de Fukushima puede tener un impacto para la industria nuclear mayor que el de
Chernóbil. De hecho, señala, que la producción mundial de electricidad con base
en energía nuclear bajó un 7 % en 2012 respecto a 2011 y un 10% respecto a
2010, sobre todo por el cierre de 8 reactores en Alemania y por la suspensión de
todo el parque nuclear japonés. En estos momentos la producción de
nucleoelectricidad se encuentra en los niveles de 1999. La producción eléctrica
eólica mundial fue de 330 TWh (millones de millones de watts hora) en 2012, por
encima de la nuclear, que llegó a 78 TWh. La producción de electricidad solar
fotovoltaica crece de forma regular y se aproxima paulatinamente a la nuclear,
con una producción en 2012 de 40 TWh.
Las lecciones de Fukushima traerán
consigo la necesidad de nuevas inversiones en seguridad, lo que encarecerá aún
más los posibles nuevos reactores e implicará la toma de medidas que implicarán
nuevos gastos para los que todavía funcionan, asegura Castejón. Así, el nuevo
reactor de Olkiluoto en Finlandia, se ha encarecido en 10 años en un factor casi
4 y el de Watts-Bar 2 en EE UU, se ha encarecido en un 60 %. De hecho, según la
agencia de calificación Standard and Poor’s, las emisiones de productos financieros
de siete compañías nucleares, de once analizadas, están a la altura del bono
basura. No por casualidad Siemens cerró su división nuclear. Las inversiones
mundiales en renovables superaron en 2012 los 260 mil millones de dólares, mientras
que las inversiones en nucleares no llegaron a 10 mil millones. Lo que es una
clara muestra del declive de este sector.
En Morelos y en el mundo, estamos
sometidos a múltiples riesgos, tanto naturales como creados por nuestra forma
de consumo y de producción. Sin duda es mucho más probable un accidente de
tráfico que un accidente en una central nucleoeléctrica. Sin embargo, es
necesario que en todas las actividades humanas se asuma una visión democrática
del riesgo; es decir, que podamos decidir qué riesgos deseamos asumir y cuáles
no. Los responsables políticos deberían entender que los accidentes en estas
centrales nucleares generadoras de electricidad son muy graves e improbables, pero
acaban por suceder.
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