La importancia de un incremento de la
cultura científica popular se justificaba porque éste se traduce en un
incremento de los recursos humanos que constituyen el potencial técnico e
innovador del desarrollo tecnológico y, con él, de las capacidades industriales
nacionales; en particular, el desarrollo industrial de base tecnológica. Sin
embargo, la cultura científica popular ya no sólo se describe funcionalmente como
la comprensión de conceptos y construcciones científicas que permiten a los
ciudadanos leer una publicación cotidiana y entender en esencia los diversos
argumentos que puedan estar enfrentados en controversias técnicas y científicas.
Ahora, las circunstancias en que nos encontramos han respaldado una
intensificación de la vinculación entre una mayor adquisición de conocimientos
y una mejor toma de postura o, incluso, toma de decisiones sobre cursos de
acción. La razón por la que se hacen estas consideraciones radica en el hecho
de que el conocimiento científico y el desarrollo tecnológico nos permiten acceder
a la sociedad del conocimiento y transitar mejor en la sociedad del riesgo.
Noemí
Sanz Merino y José Antonio López Cerezo, investigadora posdoctoral y
catedrático de lógica y filosofía de la ciencia en la Universidad de Oviedo, publicaron
el artículo “Cultura científica para la educación del siglo XXI” en la Revista
Iberoamericana de Educación, Número 58 (2012), pp. 35-59 (ISSN: 1022-6508). En
este artículo abordan la cuestión de cómo entender la cultura científica si se quiere
desarrollar un tipo de educación científica que sea socialmente provechosa en
la presente sociedad del conocimiento. Para hacerlo, toman brevemente en
consideración los contextos actuales de apropiación social de la ciencia y la
tecnología desde el punto de vista de los estudios sobre ciencia, tecnología y
sociedad (cts). Finalmente, ofrecen sus consideraciones sobre cómo superar
algunos retos que surgen a la hora de implementar la enseñanza de dicha cultura
científica.
Para
la mayoría de los especialistas, según los autores, el enfoque cts en educación
propone añadir a este sentido de capacitación científico-tecnológica otros conocimientos
y destrezas asociados a información y valores que estén en relación directa con
otras necesidades personales de los alumnos y alumnas. Es decir, una educación
cts debería, por ejemplo, y entre otras cosas: Incluir conceptos científicos y
habilidades procedimentales que sean útiles en sus vidas cotidianas, también en
tanto que les permitan tomar decisiones como ciudadanos; centrarse en aspectos
sociales locales: en cuestiones y problemas que emergen en sus entornos más
próximos (familiares, escolares, comunitarios, etc.); atender asimismo a
problemas globales, a los asuntos que conciernen a todo el planeta, como son
los medioambientales o los relacionados con los límites del crecimiento
industrial, y dar a conocer la naturaleza y el alcance de una amplia variedad
de ciencias e ingenierías, en tanto que ello despierte las aptitudes de los
estudiantes o llame su interés hacia distintas carreras científico-tecnológicas
actuales.
La
educación para la cultura científica y tecnológica bajo la perspectiva cts se
ha de entender, además, fundamentalmente y de un modo general, como una
variedad de la educación en valores y como una preparación para la
participación cívica, indican los autores. Por supuesto, muchos otros
pensadores asumen igualmente estos considerandos generales como metas propias
de la educación desde un enfoque cts. De hecho, se trata de objetivos
claramente relacionados, pues la formación de una ciudadanía consciente del
componente y papel social de la ciencia y la tecnología tiene como horizonte
natural la motivación y capacitación de los ciudadanos para involucrarlos en
distintos aspectos de la vida social.
La
situación iberoamericana es un claro ejemplo de por qué la cultura científica
es todavía hoy un tema político de primera magnitud en el incremento de la
riqueza cultural y material de ciertas naciones, aseguran los autores. Casi
todos compartimos aún la necesidad de llevar la ciencia a las instituciones, a
las empresas y a los ciudadanos. En este sentido, mejorar las políticas y el
sistema productivo, incentivar vocaciones científicas en los jóvenes, elevar la
cultura científica de los ciudadanos, incrementar la valoración y apoyo
públicos de la ciencia son algunas medidas que han de ser implementadas. Con tal
objetivo, se pueden rescatar algunas de las consideraciones que revisaron en
este trabajo. En primer lugar, los ciudadanos necesitan disponer tanto de información
científica como de otros conocimientos que les posibiliten hacer uso de los
mejores elementos de juicio posibles en tanto padres, consumidores, empresarios
o trabajadores. En este sentido, se debe partir de una definición de cultura científica
que nos ayude a tomar nuestras decisiones a diario, las cuales van desde qué
comprar en el supermercado hasta aceptar, o no, a exponerse a una tecnología
médica concreta. En segundo lugar, generar con éxito ese tipo de cultura
científica en la ciudadanía es un proceso mucho más complejo que una simple
cuestión de alcanzar cierto nivel de competencia. Se trata, más bien, de
implementar acciones que tengan en cuenta que el sujeto del proceso de
aprendizaje integra los elementos intelectuales adquiridos en un sistema propio
de creencias y actitudes, entre los que tienen también una gran relevancia
otros factores cognitivos y psicológicos, y respecto de los cuales, además, el involucrarse
personalmente adquiere una importante influencia. En tercer lugar, una cultura
científica que se precie de responder a los anteriores requisitos ha de
concebirse entonces, e igualmente, como una forma de cultura crítica y
responsable. Es decir, tiene que incluir información no solo acerca de los
beneficios potenciales de la ciencia sino también de sus incertidumbres, de sus
riesgos y de los interrogantes éticos que pueda plantear. De la misma forma, la
cultura científica popular debe ser un elemento cultural potenciador en los
individuos de este tipo de cuestionamientos y de una actuación social en
consecuencia.
En
Morelos, la educación y comunicación para la cultura científica debe formar ciudadanos
que tengan conocimiento del papel y dimensiones sociales de la ciencia y la
tecnología, capacitándolos para actuar en su vida diaria, así como motivándolos
para involucrarse en los debates sociales y políticos sobre estos temas. Todo
ello requiere hacer de las aulas y los espacios de educación informal lugares
de aprendizaje crítico, de protagonismo social y de participación cívica; en
suma, hacer de los centros educativos, a través del encuentro entre el
conocimiento y la acción, laboratorios de práctica democrática.
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