La inseguridad ciudadana
constituye la principal preocupación de los habitantes en Morelos y en América
Latina, quienes se sienten acosados por el crimen organizado y el delito común,
en especial por sus expresiones más violentas: homicidios, agresiones,
secuestros y violencia doméstica. Datos provenientes de la encuesta 2011
realizada por Latinobarómetro, indican que para los ciudadanos de doce países
de América Latina, el problema principal lo constituye la delincuencia, la
violencia y las pandillas. En respuesta a ello, los países de la región han
aprobado políticas de carácter nacional, estatal o municipal; han puesto en
práctica reformas institucionales de carácter comprensivo en materia policial y
de procedimiento penal, y se encuentran ejecutando diversos programas
específicos de prevención del delito. Sin embargo, poco sabemos de los
resultados alcanzados.
Hugo Frühling publicó el documento “La eficacia de las
políticas públicas en seguridad ciudadana en América Latina y el Caribe: Cómo
medirla, cómo mejorarla”, que es una versión preliminar para discusión en la
Red de Seguridad Ciudadana, del Banco Interamericano de Desarrollo, en
septiembre de 2012. En este trabajo se abordan la caracterización de las
dificultades que obstaculizan un mayor desarrollo de programas eficaces de
prevención del delito en la región; la importancia que tiene el diseño riguroso
de programas e intervenciones en el campo de la reducción del delito y la
violencia, y a los pasos que resulta recomendable seguir en la ejecución y
evaluación de la eficacia de dichos programas e intervenciones; y al análisis
de las iniciativas dirigidas a mejorar la gestión de proyectos en materia de
seguridad ciudadana.
En años recientes es posible identificar ejemplos de
países y ciudades de América Latina y El Caribe que han reducido
significativamente las tasas delictuales, señala el autor. Esto se ha logrado
poniendo en marcha políticas públicas comprensivas e interinstitucionales
dirigidas a reducir el delito, en particular aquel de carácter violento. Uno de
estos ejemplos es el de Sao Paulo, Brasil, donde la tasa de homicidios
experimentó un descenso, entre 1998 y 2008, desde 61.1 homicidios por 100,000
habitantes a 14.8 por 100,000 habitantes diez años después. Las razones para
ello no están enteramente claras, pero el resultado se ha atribuido al
fortalecimiento de las instituciones de Seguridad Pública a nivel estatal y
municipal; al uso de mejor información por parte de sus dos policías mediante
la implementación de una base de datos común para ambas, denominada INFOCRIM; a la entrada en
vigencia de horarios limitativos para la venta de alcohol y a los esfuerzos del
gobierno estatal para reducir la circulación y uso de armas de fuego. Otro
ejemplo de reducción significativa del delito se da en Bogotá, donde los
homicidios disminuyeron desde su punto alto en 1993 de 80 homicidios por cada
100,000 habitantes, a 23 homicidios por cada 100,000 habitantes en el 2009. La
discusión respecto de las políticas a las que puede atribuirse esta disminución
no se encuentra resuelta. Es posible que la disminución radical de la violencia
interpersonal en la ciudad fuera consecuencia de la implementación de programas
que impulsaban cambios culturales entre los ciudadanos. Otros estudios sugieren
que la razón principal de la violencia interpersonal prevaleciente en la ciudad
se encontraba en las estructuras de crimen organizado existentes, por lo que la
disminución delictual probablemente habría obedecido a medidas dirigidas a
controlar el funcionamiento de esas bandas criminales.
Los principales problemas detectados en los proyectos de
intervención son, según el autor, que: no se justifican los objetivos ni las
acciones con alusión a teorías criminológicas; no se levanta información
específica que permita focalizar la intervención en grupos determinados o áreas
geográficas reducidas; se definen los problemas delictivos de manera genérica,
y las respuestas planteadas para los problemas descritos son muy similares
entre sí.
Existen tipos muy diferentes de evaluación, indica el
autor, y se distinguen en términos generales: evaluación de diseño, que busca
determinar la coherencia entre la definición del problema que será objeto de la
intervención, el contexto en el que se realizará la intervención y la organización
interna del proyecto (objetivos, participantes, métodos de intervención, recursos
asignados, actividades, plazos y evaluación); evaluación de procesos, que busca
determinar si la implementación del proyecto ha avanzado conforme a los
objetivos del proyecto y si los procesos de trabajo que se realizan, permitirán
entregar los productos comprometidos y por esa vía, alcanzar los efectos
deseados, y evaluación de los efectos que produce el proyecto, que busca
determinar si el proyecto ha producido los efectos deseados, descartando
explicaciones alternativas. Para ello, es necesario que la evaluación sea capaz
de aportar evidencia de que existe una relación causal entre la implementación del
programa y los efectos constatados. En la actualidad se reconoce que la
ejecución de políticas en materia de seguridad ciudadana se debe basar en
evidencia efectiva respecto de su eficacia.
Las áreas prioritarias que son objeto de estos proyectos,
describe el autor, son: prevención social, con énfasis en programas que se
dirigen hacia la juventud en riesgo; prevención situacional, que cubre
principalmente intervenciones urbanas; actividades disuasivas de la policía, que
incluyen tanto el patrullaje policial, como la investigación de delitos; actividades
del sistema de justicia penal que tienen efectos disuasivos y preventivos; fortalecimiento
del sistema penitenciario en sus diversas funciones, incluyendo las de reinserción,
y fortalecimiento institucional dirigido a mejorar la efectividad con la que se
ejecutan programas de seguridad ciudadana.
En Morelos y acorde con este reporte, debemos considerar:
establecer compromisos institucionales para medir el desempeño en torno a la
obtención de metas que sean significativas en materia de reducción del delito o
la violencia, lo que implica dejar de evaluar ese desempeño por meros
resultados de la administración de los proyectos (presupuesto gastado, actividades
realizadas, entre otros); la presión para mejorar el desempeño de las
instituciones debe estar acompañada por un estilo de liderazgo que promocione
la flexibilidad de los agentes en la realización de las acciones que puedan
producir los efectos esperados, creando un ambiente propicio para la puesta en
práctica de proyectos innovadores, y establecer un sistema completo de
seguimiento de la implementación de proyectos y de evaluación de su impacto. Lo
anterior es esencial para mejorar el proceso de aprendizaje de los equipos que
llevan a cabo los proyectos y permite establecer evidencia respecto de los
proyectos que alcanzan impacto.
1 comentario:
Aprendamos de otros países, que han logrado disminuir drásticamente sus índices de delincuencia e inseguridad. En esta columna una valiosa reseña de un estudio latinoamericano sobre casos exitosos en políticas públicas y ciudadanas en el tema de seguridad.
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