publicado en La Jornada Morelos el 15 de julio de 2013
La capacidad del mercado de trabajo para
generar empleos de calidad y proteger a los que no lo tienen y a los jubilados
es esencial para la cohesión social e indicativa de la calidad del desarrollo
de un país, establece la Comisión Económica para América Latina (CEPAL). Según
diversos autores, los problemas que presenta el mercado de trabajo en México se
deben principalmente a una estrategia de desarrollo sustentada en la
exportación intensiva, basada en trabajo no calificado y en bajos salarios, y a
su inserción en un sistema de producción internacional compartida, que se ha
mantenido invariable desde los años noventa y genera poco empleo formal en el
país. Lo anterior no sólo pone en duda la utilidad de crear nuevas formas de contratación,
como las que se incluyeron en la Reforma de la Ley Laboral en 2012, sino que
dado el contexto de extrema debilidad en que se encuentran los trabajadores,
podrían dar lugar a una mayor precarización de los empleos sin los beneficios
esperados y prometidos a los ciudadanos.
Graciela
Bensusán, consultora de la Sede Subregional de la CEPAL en México, preparó el
documento titulado “Reforma laboral, desarrollo incluyente e igualdad en México”,
que fue publicado en la Serie Estudios y Perspectivas, CEPAL, No. 143 (de las
Naciones Unidas, ISSN: 1680-8800, LC/L.3624, LC/MEX/L.1098, Copyright ©
Naciones Unidas, abril de 2013). Inserto en el actual debate mundial sobre el
empleo y en el que se generó en México en torno a la reforma de la legislación
laboral de noviembre de 2012, en este documento se analiza el papel que las
instituciones laborales pueden desempeñar en el país en el marco de un
desarrollo incluyente que coloque la generación de empleo formal en el centro
de las políticas macroeconómicas y sectoriales y cierre las brechas de
desigualdad originadas en los mercados de trabajo, con un horizonte de largo
plazo. Se pregunta si la reforma recientemente aprobada puede contribuir a
lograr este objetivo y, en caso contrario, qué tipo de cambios deberían
experimentar la legislación y la política laboral para promoverlo.
La
autora parte de la necesidad de reorientar la estrategia de desarrollo del
país, considerando a las instituciones y políticas laborales como un
instrumento clave para mejorar la calidad de los empleos y luchar contra la
pobreza y la desigualdad. Retoma la perspectiva de la CEPAL sobre el cambio
estructural y la convergencia productiva, así como las ventajas de los modelos
de capitalismo coordinados por su capacidad de reducir la desigualdad que se
genera en los mercados de trabajo. Desde ese ángulo, muestra las principales
limitaciones de la reforma en la legislación laboral mexicana, tanto en lo que
se refiere a la apuesta que hizo por la flexibilidad laboral y la mejora en los
índices de competitividad, como recurso para incrementar la generación del
empleo y la productividad, y por el déficit que registra en términos de la
democratización del mundo del trabajo.
A
la luz de la revisión de los principales indicadores del mercado de trabajo, concluye
la autora que las prioridades que surgen de la situación laboral real no fueron
consideradas suficientemente ni de la mejor manera en la reforma. La dimensión
social y política de la reforma tuvo un menor alcance que la económica, pero también
hay que decir que esta última, la más polémica, no tuvo un enfoque desregulador
ni promovió una flexibilidad extrema. Más bien, a cada oportunidad que se abrió
a los empleadores, correspondió una restricción, aunque no una compensación
efectiva para los trabajadores que pudieran resultar afectados por una mayor
volatilidad del empleo, como sería un seguro de desempleo.
México
deberá hacer ajustes mucho más profundos en sus regulaciones e instituciones de
aplicación, por no decir en el modelo laboral en su conjunto, si realmente
quiere avanzar hacia la convergencia productiva y la disminución de la pobreza
y la desigualdad, establece la autora. En particular, debe propiciarse la
estabilidad laboral a través de garantías más efectivas y oportunas frente a los
despidos injustificados y seguros de desempleo para evitar la pérdida de
ingresos, pero a la vez debería garantizarse el derecho a la capacitación de
por vida, para mejorar la forma de empleo de los trabajadores. Habrá que ver en
qué medida las nuevas normas de contratación y las restricciones a la subcontratación
ponen un freno al uso de esta estrategia como instrumento para abatir
condiciones de trabajo y costos laborales, pero seguramente se enfrentarán
serios problemas para hacerlas efectivas y sólo se utilizarán si existen
actores colectivos dispuestos a movilizarse para defenderlas en contra de un uso
abusivo por parte de los empleadores, así como una vigilancia mucho más
estricta de la autoridad a lo largo de las cadenas productivas donde prolifera
el empleo subcontratado.
La
reforma de 2012 buscó incrementar en México las oportunidades del pago por hora
con plenos derechos, pero como se vio la modalidad que impuso —el pago de un
salario remunerador de ocho horas ante el desempeño de una sola— difícilmente
podrá llevarse a la práctica, sostiene la autora. Aunque la regulación del trabajo
de tiempo parcial no podría convertirse en una solución para los grupos más vulnerables
debido al bajo monto de los salarios que perciben, lo cierto es que garantizar
de manera extendida el pago de aportaciones a la seguridad social en estos
casos es un avance comparado con la actual situación de desprotección.
En Morelos, debemos hacer un esfuerzo
por extender las prestaciones de los asalariados hacia los trabajadores informales.
Es deseable reforzar programas sociales de transferencias de beneficios en
áreas como la salud, la educación, la alimentación y la cultura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario