Durante la última década y a nivel mundial, se ha
observado un deterioro significativo en las condiciones de inserción de los jóvenes
en el mundo del trabajo. Si bien la juventud es un periodo que se caracteriza
por la baja oferta laboral y la alta volatilidad, los sucesivos aumentos en la
tasa de desempleo de este grupo demográfico y la elevada proporción de jóvenes
que no estudian y tampoco trabajan han despertado el interés por encontrar las
causas detrás de este problema fundamental.
Mariana Viollaz, investigadora del Centro de Estudios Distributivos,
Laborales y Sociales de la Universidad Nacional de La Plata, en Argentina,
publicó el artículo “Transición de la escuela al trabajo. Tres décadas de
evidencia para América Latina, en la Revista de la CEPAL, número 112, de abril
2014.
Realiza un análisis detallado de diversos
indicadores laborales para 10 países de la región (Argentina, Brasil, Chile,
Costa Rica, El Salvador, Honduras, México, Panamá, Uruguay y Venezuela), que inicia
con un breve repaso de la evolución de la oferta laboral de los jóvenes, y
estudia el comportamiento de diversos indicadores del mercado de trabajo para jóvenes
y adultos a lo largo de las últimas tres décadas, distinguiendo entre hombres y
mujeres y entre niveles educativos.
La autora destaca distintas características
y dinámicas de los mercados laborales. En primer lugar, el análisis de la evolución
de indicadores laborales reveló que la situación de los jóvenes se ha
deteriorado en el transcurso del tiempo con una mejora hacia finales de la década
de 2000. El periodo de transición entre la etapa de formación y el ingreso al
mercado de trabajo se ha prolongado debido a la extensión de la etapa de estudios,
pero la situación de los jóvenes que permanecieron en el mercado laboral se ha
debilitado. A pesar de esta mejora en el nivel de calificación, la tasa de
desempleo aumentó al igual que la tasa de informalidad,
denotando el surgimiento o endurecimiento de barreras a la entrada del sector formal,
que son particularmente difíciles de sortear para los jóvenes de bajo nivel
educativo. Esto sugiere que los esfuerzos realizados para mejorar la situación
de los jóvenes en el mercado de trabajo deben mantenerse para prolongar la recuperación.
En segundo lugar, los jóvenes que enfrentan perspectivas desfavorables al
entrar por primera vez al mercado de trabajo logran ingresar en una trayectoria
típica del ciclo de vida laboral a medida que acumulan experiencia. Esto
permite que los jóvenes pertenecientes a cohortes de nacimiento más actuales
logren en la edad adulta mayores tasas de empleo, menores tasas de desempleo y un
mejor salario horario que los adultos pertenecientes a cohortes anteriores. En
el caso de la informalidad laboral, su nivel decrece al pasar de la juventud a
la adultez, pero las generaciones más recientes no logran igualar el desempeño
de generaciones pasadas, lo que indica la existencia de algún tipo de penalidad
relacionada con la condición de informalidad en la juventud. Esto ocurre principalmente
entre los individuos de nivel educativo primario. Aún cuando el empleo en el
sector informal puede cumplir el papel de entrenamiento laboral y acumulación
de experiencia, este análisis muestra que la experiencia en el sector informal
durante la juventud puede no ser suficiente para generar la movilidad hacia empleos
protegidos en la madurez.
El análisis desde una perspectiva de género reveló,
según la autora, que las mujeres jóvenes se han incorporado al mercado de
trabajo, pero la proporción de las que no estudian y tampoco trabajan sigue
sobrepasando con creces el valor registrado por los hombres; y entre aquellas
que participan activamente en el mercado de trabajo, su tasa de desempleo también
supera el valor obtenido por ellos.
Las mejores perspectivas laborales de los jóvenes
hacia fines de la década de 2000 repercutieron fuertemente en algunos casos
entre las mujeres: la mejora salarial fue más marcada para ellas, al igual que
la reducción en la informalidad laboral.
La
elevada tasa de desempleo de la población juvenil junto con un nivel de educación
creciente también conduce a plantear un interrogante sobre la calidad del
sistema educativo en la región, indica la autora. América Latina ha mostrado
avances significativos en las últimas décadas en términos de acceso, pero también
se ha detectado una mayor segmentación en resultados educativos y calidad de la
oferta. En un contexto de acceso desigual a las oportunidades educativas es
posible esperar que las inequidades sociales persistan e incluso se amplíen en
la transición desde el sistema educativo al mercado laboral. Aquí se abre un
espacio para la acción en el plano educativo, mediante medidas orientadas a ampliar
y fortalecer la enseñanza en los niveles educativos iniciales y garantizar la formación
para el trabajo como una manera de suavizar la transición al mundo laboral asegurando
la adaptación a los cambios productivos y tecnológicos. Otra estrategia de
empleo consiste en facilitar el crecimiento de emprendimientos o actividades
productivas propias. La disminución de las limitaciones que impiden que los
desempleados desarrollen una actividad propia representaría un apoyo a las
iniciativas de los jóvenes, por ejemplo, mediante la eliminación de barreras
legales y restricciones crediticias.
Por último, plantea la autora, es relevante que en
toda política que se implemente se consideren las diferencias en la inserción y
condiciones de empleo de hombres y mujeres y se eliminen aquellas que son una manifestación
del fenómeno de discriminación en el mercado de trabajo.
En Morelos, debemos considerar que la
mejora en la calidad de la primera experiencia juvenil en el mercado de trabajo
es fundamental. Aún cuando la creciente inestabilidad del mercado laboral
atenta contra la necesidad de cierta permanencia en el empleo de los jóvenes, las
medidas de políticas que logren afianzar la posición de éstos, en términos de
estabilidad y calidad de sus empleos, tendrán efectos duraderos en el ciclo de
vida de los individuos.
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