11 nov 2013

Seguridad alimentaria en ciudades.

publicado en La Jornada Morelos el 11 de noviembre de 2013

Las zonas urbanas son las más expuestas a conflictos alimentarios ya que no producen la mayoría de los productos que consumen sus habitantes, tales como carne, pescado, granos y leguminosas, entre otros. Además, están expuestas a que sus flujos de suministros puedan ser disminuidos por diversas razones, tanto naturales como sociales o económicas. También, deben ser considerados los inseparables flujos de salida o desechos sólidos urbanos, la contaminación generada al aire, suelo y agua y el impacto negativo a la biodiversidad. El cambio climático ya tiene un efecto adverso sobre la producción de alimentos. Esta problemática sólo tendrá solución si planeamos y establecemos estrategias formales de seguridad alimentaria urbana a largo plazo.
            Gian Carlo Delgado Ramos escribió el ensayo “Cambio climático y la alimentación de las ciudades”, en la revista Investigación Ambiental 2013, 5(1) 85-101. Presenta una revisión sobre los impactos del cambio climático en la producción de alimentos, revisa críticamente la apuesta por un aumento de la productividad, analiza los impactos actuales de la producción de alimentos en términos de emisiones directas e indirectas y analiza el impacto en la seguridad alimentaria en zonas urbanas.
            Dado que las dietas urbanas se han tornado cada vez más intensivas en agua y energía, sobre todo debido al aumento del consumo de carnes, lácteos y diversos alimentos procesados, el autor sostiene que los asentamientos urbanos modelan, en cierto sentido y medida, las dinámicas territoriales y los ritmos de las emisiones directas e indirectas asociadas a la alimentación, más allá de sus propias fronteras. El reto es ciertamente mayor en países donde el grueso de su población ya es urbano, y sobre todo, cuando se trata de países pobres, como los latinoamericanos.
            La magnitud y ritmo de las implicaciones del cambio climático, de cara a la capacidad de transformación y adaptación de la agricultura y la ganadería es probablemente, según el autor, la cuestión con mayor peso y relevancia en el futuro próximo de la seguridad alimentaria. Los impactos mayores se observan tanto en el aumento de la temperatura y los cambios en la disponibilidad de agua. Algunas proyecciones, recopiladas por el autor, de los posibles efectos del cambio climático para el 2030 precisan que la productividad de los cultivos podría caer de entre 1.3 a 9 por ciento, dependiendo de la región. Para 2050 y con una concentración de 369 ppm de CO2 en la atmósfera (hoy ya es de 400 ppm), la caída alcanzaría el rango de 4.2 a 12 por ciento y, cuando la población mundial logre estabilizarse pero los efectos del cambio climático se agudicen, esto es en la década del 2070, la caída podría llegar a ser de entre 14.3 a 29 por ciento.
            Los sistemas urbanos son predominantemente dependientes de alimentos, pero en general de energía y de todo tipo de materiales que obtienen de zonas periurbanas, regionales, nacionales o incluso del extranjero, plantea el autor. Se trata de asentamientos humanos en expansión, sobre todo en los países pobres donde el aumento poblacional a 2050 se concentrará en un 95 por ciento en ciudades. Estamos ante todo un reto, incluyendo la producción de mayores cantidades de alimentos que deben ser llevados y distribuidos en sistemas urbanos expansivos y desiguales. El desafío técnico es considerable pues aún con mejoras sustanciales en la producción de alimentos, mismas que han permitido prácticamente doblar la capacidad productiva desde la segunda mitad del siglo pasado tan sólo aumentando en un 10 por ciento la superficie de tierra cultivable, para el 2050 será necesario aumentar la producción agrícola en 70 por ciento para poder cubrir la demanda futura de alimentos estimada en patrones de consumo actuales.
            Los mayores retos, considera el autor, están asociados a cuestiones no tecnológicas sino socioeconómicas y políticas y en concreto a las tipologías de las dietas contemporáneas, la distribución y la accesibilidad a los alimentos. Y es que hoy día tan sólo la producción de cereales se calcula en un kilogramo per cápita al día o más que suficiente para alimentar a toda la población mundial; no obstante, su distribución es altamente desigual, incluso al grado de reconocerse abiertamente la existencia de 850 millones de personas malnutridas.
            El autor propone el método denominado “metabolismo urbano de los alimentos”, donde se busca dar cuenta de los flujos de entrada y de salida y de los stocks que conforman todo el sistema alimentario de cualquier asentamiento; es decir, de los subsistemas de producción, suministro, distribución, consumo y generación de flujos de salida o de contaminantes y residuos en y fuera de las urbanizaciones. Lo que hace posible visualizar la dimensión y complejidad de su dependencia alimentaria con respecto a otras escalas espaciales, develando las modalidades en las que dicha dependencia es neutralizada, así como los impactos ambientales y climáticos directos e indirectos. Asimismo, tal perspectiva analítica permite dar cuenta de los stocks o la infraestructura y artefactos necesarios para la puesta en marcha del sistema alimentario urbano, pero también de los flujos de salida, sus costos socio ambientales e implicaciones, esto es, de los desechos y las excretas, flujos urbanos de salida que además son importantes emisores de metano.
            Para el caso particular de México, el autor asegura, debe subrayarse que muchos de los costos, tanto de agua, tierra requerida y de emisiones, quedan ocultos en el flujo del comercio internacional dado que el país es importador neto, además de maíz y otros granos y leguminosas, de carnes y derivados. Tal transferencia de flujos de alimentos, en un contexto de potenciales afectaciones a la capacidad de producción alimentaria como producto del cambio climático, claramente pone en entre dicho la seguridad alimentaria en el mediano y largo plazo, sobre todo la de la población urbana y enfáticamente de aquella más pobre.
            En Morelos, debemos entender el metabolismo estatal de los alimentos y, en particular, su dimensión urbana, así como las implicaciones de las fuerzas externas y en general de las pautas que modelan la (in)seguridad alimentaria y las causas de las desigualdades nutricionales. Estos elementos son prerrequisitos clave para una apropiada política y toma de decisiones en un contexto de cambio de clima, erosión ambiental y aumento de la población urbana.

1 comentario:

Luis Tamayo dijo...

Y si a eso se le suma que el campo mexicano se encuentra abandonado entre otras razones debido a la competencia desleal que implican los subsidios al campo realizados en las naciones ricas... Pues el futuro de nuestras ciudades es deplorable.
Muchas felicidades por tan estupendo ensayo!